sábado, 20 de agosto de 2011

Una Utopía dentro de la Capital


“En aquella estación fría que siempre llega cuando sientes que la soledad se ha quedado de huésped en tu vida, cuando la lluvia cae sin cesar y un viento te hace estremecer: te das cuenta de que no eres más que un ser indefenso bajo el reino de la Naturaleza”; sobre aquello meditaba “Niji”, una joven que miraba las estrellas desde la ventana de su habitación, una noche en que la Luna luchaba por imponerse sobre nubarrones espesos que afirmaban que el temporal continuaría en las próximas horas. Esta pequeña con la mano en su corazón imploraba al cielo que su destino cambiara, que al menos lograra sentir un poco de felicidad al día siguiente, pues su tristeza oculta a los ojos de los demás, la estaba agonizando lenta y silenciosamente. Se durmió dejando caer sobre su almohada unas cuantas lágrimas e intento bosquejar una sonrisa.

Al llegar el alba, se despertó con ánimo y se propuso a que ese día “sería una jornada especial y diferente”, ya que trataría de olvidarse de su pena interna y miraría con otros ojos la realidad. Saludó a su familia como siempre, tomó su desayuno y se preparó para salir; su mamá le preguntó hacia dónde se dirigía tan temprano, ella solo le respondió que iría a un lugar al que siempre había soñado, pero que por temor nunca se atrevió a visitar; le pidió que no se preocupara, porque volvería en unas horas y estaría bien. Luego de tomar su bolso, partió rumbo a aquel sitio que solo ella conocía; abordó el microbús y miraba con curiosidad los rostros de los demás pasajeros, se preguntaba hacia dónde se dirigían y si de verdad deseaban ir a su destino, notó miradas agotadas y otras entusiastas, pero hubo una que le llamó profundamente la atención: era la de un chico, que miraba a la nada por la ventana, estaba totalmente ausente de aquel momento y no cambiaba de expresión facial; la chica pensó que quizás estaba sumido en sus pensamientos tal como ella cuando estaba en compañía de gente extraña o que le era totalmente indiferente.

El microbús había llegado a destino y la muchacha se bajó despidiéndose de aquel niño con una última mirada, pues tal vez no lo vería nunca más. Pisando tierra firme, observó a su alrededor y sintió una gran emoción por lo que estaba contemplando: en medio de una ciudad llena de edificios y calles atragantadas de locomoción, existía un castillo oculto tras numerosos árboles, jardines y flores; su aspecto era propio del Medioevo y se encontraba en el lugar menos esperado… un cerro. Los ojos de Niji se humedecieron y decidió emprender su travesía por aquel sitio “fuera del esquema”.
Una vez en la entrada, su mente no dio cabida a lo que estaba observando: una hermosa fuente por donde caía el agua libremente, el sonido era maravilloso, se acercó para sentirlo con mayor nitidez y algunas gotas le cayeron en su rostro, lo que le hizo sentir un poco de vergüenza, pero su felicidad era mayor. Caminando por los pasillos, vio a lo lejos un tipo que vestía un traje negro, estaba sentado en la escalera y miraba hacia el horizonte; a Niji le causó curiosidad encontrar un individuo así, sabiendo que el solo hecho de estar en aquel lugar la “transportaba a un sueño de niñez”, por lo que decidió aproximarse de forma sigilosa para no asustar a aquel sujeto. Cuando llegó a su lado, el chico se percató que alguien estaba observándolo, mas no quiso darse vuelta para ver quién era, permaneció inmóvil y callado; Niji se alivió al notar que no lo había espantado, y lentamente se sentó en el mismo escalón que él, sin decir ninguna palabra. Comenzó a observar al muchacho y vio que el rostro lo tenía completamente blanco, el contorno de sus ojos y sus labios eran negros, y bajo su mirada tenía pintado unas cuantas lágrimas del mismo color;  sus manos estaban cubiertas por unos guantes blancos y en una de ellas tenía una rosa escarlata que contemplaba perdidamente.

Mientras Niji, pensaba “creo que hoy es verdaderamente un día especial…”, el chico por un solo instante desvió la mirada de aquella flor y observó a quien estaba a su lado, la muchacha nunca se imaginó que ese momento fuese tan impactante, jamás en su vida había sentido como una chispa se encendía en su interior, se ruborizó y comenzó a temblar; el muchacho no le quitó la vista de encima durante un minuto, luego se levantó y le hizo un gesto a Niji para que le acompañara a visitar aquel castillo, la chica estaba pasmada al no entender qué le ocurría, mas el sujeto le reiteró  sus movimientos para invitarla, la muchacha cerró los ojos y extendió su mano temblorosa, la que fue tomada con toda ternura por el mimo.

Recorrieron pasillos, subieron escaleras y contemplaron el paisaje, el chico le hacía muecas a Niji para que sonriera, pero ella no podía hacerlo, ya que sentía que la pena la embargaba nuevamente, así que solamente se limitaba a mirarlo y a ver el entorno. Al llegar a la torre más alta del castillo, donde se veía la ciudad a sus pies, Niji percibió que su alma quería salir de su cuerpo, se acercó a la orilla y abrió sus brazos como un ave que desea emprender el vuelo, cerró sus ojos y respiró profundamente; de pronto sintió que el muchacho estaba muy cerca de ella, su corazón se aceleró y su alma dio un vuelco, un temblor recorrió su cuerpo y percibió que una calidez se expandía en su interior lentamente, mientras el mimo tiernamente la abrazaba.

Al abrir sus ojos, no sabía si lo que había experimentado minutos atrás lo imaginó o si realmente pasó, buscó al chico quien estaba a unos metros de ella mirando su rosa pensativo; Niji, solo pudo suspirar. El muchacho, se dirigió a las escaleras e hizo un ademán a la chica para que lo siguiera, Niji obedeció y volvió a tomar su mano, descendieron con extremo cuidado, pues los peldaños eran de piedra y estaban resbaladizos, el mimo velaba que Niji no cayera y procuraba sostenerla firmemente; la guió por otros senderos, llegaron a unos jardines muy hermosos, “fuera de toda realidad”, admiraron el paisaje como dos niños pequeños que recién descubren el mundo; Niji, al estar cerca de aquel chico se percataba que lentamente la tristeza de su corazón iba desapareciendo, sentía una paz inmensa, pero más que eso se sentía valorada y protegida, algo que muy pocas veces había sentido en su vida.

Cuando la tarde caía, llegaron a un lugar olvidado del castillo, se detuvieron y se miraron por varios segundos tratando de transmitirse lo que sentían, pues ambos sabían que la hora de la despedida ya había llegado. Niji estaba conmovida, tenía una mezcla de emociones, no sabía si llorar o reír, pero lo que tenía claro es que la pena oculta se había esfumado por completo, pues una desconocida felicidad brotó desde lo más profundo de su corazón; el chico, mientras la contemplaba atónito, sonreía; cerró sus ojos y se arrodilló frente a ella, ofreciéndole su rosa escarlata; Niji entre lágrimas de ternura la recibió agradecida, el mimo se levantó e hizo una reverencia, la miró por última vez y fue cuando Niji sonrió con una expresión sincera y llena de pureza e inocencia. El chico le respondió aquel gesto poniendo su mano sobre su corazón, dio media vuelta y caminó hasta perderse entre los árboles de aquel lugar.

Al llegar a casa, la muchacha no podía sacarse de la mente lo que había vivido aquella tarde, había sido como un “sueño en vida”: fue una princesa que recorrió  los pasillos de su castillo en compañía de un ser que de seguro jamás olvidará. Cuando llegó la hora dormir, miró el cielo nocturno y agradeció por todo lo que había vivido durante el día, tomó la rosa escarlata que le fue obsequiada y la puso cerca de su corazón. Se durmió con la flor bajo su almohada, pensando en aquel mimo que le devolvió la alegría a su vida, le demostró que las palabras muchas veces son innecesarias cuando se quiere expresar verdaderamente lo que se siente y que a pesar de que lo que piensen los demás, las utopías pueden ser reales, si de corazón lo deseas.